martes, 10 de septiembre de 2013

Y si me equivoco...?

Nadie quiere saber demasiado de su propio "destino", inocente o poéticamente se dice que eso le quitaría gracia o sentido a vivir, pero bueno a quien le gustaría saber ¿cuándo va a morir?, o ¿de qué va a morir?, o ¿cómo va a morir? el único destino sobre el cual todo hombre tiene certeza es que su vida tarde o temprano terminará, es tal vez la única certeza que tenemos en la vida.

Ahora, si recaemos sobre el sentido del "destino" encontramos una característica muy humana y más bien poco divina, la de la evitación. El "destino" evita la responsabilidad de decidir, el sujeto como tal carece de libertad de expresión de su voluntad, cualquier referencia a un destino como directriz de lo que ocurre por acción u omisión en la vida de una persona le suprime como ser autoresponsable.

Muchas personas se niegan a dejar de ser ese infante que vive en una ilusión perpetua de lo que puede llegar
a ser, se sumergen en el mundo de los superheroes o las princesas (o la lucha libre o novelas) en donde están protegidos por el guión que comanda aquello que ha de pasar. El superheroe no enferma y de hacerlo la cura es parte de una lección que aumentará sus poderes, y las princesas han de besar sapos no para encontrar a su príncipe azul sino para encontrar en ellas la humildad para agachar la cabeza y gracias a ese acto de sumisión liberar al dueño de sus sueños. 

Aquí comienza la parte bonita del asunto, cuando uno escucha con cuidado a las personas que de una o u otra forma creen que algo como el "destino" existe no sólo se encuentra un miedo latente a vivir y a hacerse responsable de las decisiones y consecuencias que estas acarrean, se encuentra también un miedo profundo y creativamente disfrazado a ese mismo destino como un -miedo a saber-; veamos, en el discurso de todo creyente del destino se encuentra una premisa, hay cosas que no entendemos, que no sabemos cómo funcionan, que escapan a nuestra comprensión; pues bien este pilar del destino en nuestra época es irrisorio, el no saber en la sociedad del conocimiento solo hace referencia al tiempo que nos tomará saberlo. Desciframos el mapa del genoma humano, podemos decirnos de qué vamos a morirnos, podemos anticipar las enfermedades de nuestros hijos, casi podemos escoger su color de ojos, los hombres pasamos a ser dispensables para la superviviencia de la especie, el sexo será en un futuro una opción para la reproducción (las consecuencias de ésto serán definitivamente interesantes), las especies serán manifiestamente mejorables y el trabajo que hasta el momento habían hecho las mutaciones adaptativas o Dios -escoja el que más le guste- ahora nos competerán a nosotros, se nos han entregado las herramientas.

Si biológicamente hemos avanzado considerablemente, psicosocialmente no nos hemos quedado atrás. El mito de que a las mujeres hay que quererlas y no entenderlas se desvanece poco a poco cuando nos acercamos a ellas desde una perspectiva antropo-socio-neuro-psicológica, si bien debemos reconocer que "las mujeres" son mmmmm complejas, por otra parte, "la mujer" no es nada diferente a un puzzle. Los avances en la investigación sobre toma de decisiones nos dicen que como sujetos somos más simples y básicos de lo que nuestro ego nos hace creer, seguimos comandados por nuestro cerebro reptileano y nuestra corteza cerebral se encarga de elaborar las justificaciones necesarias para que no colapse la burbuja en la que habitamos. Sabemos que el lazo que nos une como especie es un constructo que hemos elaborado para protegernos a nosotros mismos de nosotros mismos, y la ilusión del comportamiento de grupo es creada por el error de pensar que la lógica del comportamiento es una secuencia, cuando en realidad es organización. 


Apenas estamos comenzando con una redefinición de nuestra cosmovisión y si bien todo lo que conocemos
se hace más complejo, al mismo tiempo se hace elegantemente simple. Nos creímos en el asiento trasero de nuestra identidad cósmica-biológica-social-psicológica y resulta que estamos al volante.